Ya son varias veces que te dejo caer, como quien no quiere la cosa, la palabra idiota. Y ya que me vas pillando el estilo, esto solo significar que vamos a hablar de su significado y de su relación con la ética y la moral.

Lo que solemos calificar como insultos, exabruptos, malas razones o palabrotas por lo general encierran un significado primigenio cargado de información que, por aquella cuota a pagar al tiempo, se nos escapa. La palabra idiota es uno de estos usos del lenguaje que ha trasvasado su significado a algo tan facilón como un insulto, no precisamente de los más ofensivos. Es más bien un insultillo que puedes decir hasta con cariño a un amigo que acaba de hacer una tontería sin importancia.

Pero ¿qué tiene que ver con el individualismo, Vico? ¡No me marees más!

Cuando desde lo ético mencionamos el individualismo, estamos hablando de un cáncer que, descontrolado y crecido, como todos los cánceres, rompe cualquier posibilidad de convivencia, de buena vida. Y aquí es donde esta palabra tiene todo el significado del mundo. Ahí te va. Idiota es una palabra de origen clásico, griego esta vez, que se usa para referirse a quien no se ocupa de asuntos públicos y solo presta atención a sus intereses privados. Si te fijas, esta definición es, en líneas generales, aplicable también para individualismo, aunque a esta última hay que sumarle un poco más de veneno. Según la Real Academia Española, el individualismo es la “tendencia a pensar y obrar con independencia de los demás o sin sujetarse a normas generales”.

Permíteme dártelo un poco más masticado, para que veas cómo encaja en lo que ya hablamos.

Un individualista es una persona que no toma en cuenta a “los otros” (ni a sus circunstancias, ni a por qué piensan como lo hacen) a la hora de elegir o decidir actuar o no, así que lo hará siempre desde un pensamiento acrítico solo condicionado por sus circunstancias particulares y sin atender ni someterse a moral alguna, salvo cuando esta juegue a su favor. Así pues, un individualista no obrará como “los otros” esperan que lo haga y, por supuesto, tampoco espera que los demás hagan lo que se espera de ellos; de hecho, le da exactamente igual siempre que no interfieran en sus asuntos. Por definición, no solo es un desconfiado, sino un desentendido irresponsable con una moral determinada por su propio interés; no dudará en romper con lo común si estima que le conviene. De este modo, termina por ser también un corrupto en potencia y alguien que gusta del uso de la doble moral. Esto, y no otra cosa, es un perfecto idiota.

Cada vez que en un medio de comunicación o en una red social hablo sobre los problemas que ocasiona el individualismo en nuestra sociedad, me cae una extraña suerte de tormenta de mierda y orines, aceite hirviendo y dardos emponzoñados por parte de aquellos que, desde la ignorancia, confunden la gimnasia con la magnesia y la individualidad con la libertad y los derechos inherentes a cada ser humano por el simple hecho de existir.

A lo mejor no lo sabes, pero también existe una corriente filosófica llamada individualismo. Ojalá con el advenimiento de la sociedad perfecta, dentro de algunos miles de años (si conseguimos no extinguirnos antes), tenga el sentido que muchos quieren otorgarle ahora.

El individualismo filosófico es aquella idea que defiende la supremacía y la autonomía de los derechos del individuo frente a los de la sociedad y el Estado. Sin embargo, esto es un arma de más de dos filos. Es como invitarte a abrazar a un cachorrito de ojos grandes y hocico húmedo y en su lugar darte un puercoespín.

Sí, suena maravilloso eso de la autonomía del individuo frente a la sociedad, pero, o bien vives en un barril, desnudo y sin que te importen un carajo los demás ni lo que te llevarás a la boca mañana, o eres rico de nacimiento. Como sea que intentes aplicar esto en un modelo social humano contemporáneo, te puedes convertir, en el mejor de los casos, en un idiota con pedigrí que se autoesclaviza en pro de una idea fantasiosa y aspiracional que ha proyectado de sí mismo: o en el peor de los escenarios, que es más común de lo que imaginas, te volverás un amoral, corrupto y narcisista, que no se molesta en justificar sus acciones porque nadie es digno de respirar el mismo aire que él. Si te conviertes en este monstruo idiotizado, pero no tienes poder y eres un fulano cualquiera, tienes un pase: cuando menos, no dejarás de ser el típico vecino tocanarices que no respeta a nadie y que todos desean que se mude muy lejos, pero poco más. No obstante, si tienes algo de poder, serás ese jefe cabrón que somete a sus trabajadores y que pretende comportarse en casa, en la calle o donde esté del mismo modo en que lo hace en el trabajo. Pero ¡ay del mundo si eres el presidente de Estados Unidos! Entonces, todos los habitantes del planeta tenemos un problema muy serio. ¿Te suena?

Estos de los que te hablaba, los que tienen a bien insultar y despotricar desde la atalaya invulnerable de un tuit o comentando con un perfil falso con cero publicaciones en Facebook y la foto de perfil de Julio Iglesias apuntándote con el dedo, llegan a entronizar el individualismo como algo valioso que ha conseguido grandes logros sociales, científicos o tecnológicos. Un elemento motivacional que debe sacarnos de nuestra zona de confort y convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Y para rematar la idea, ven el individualismo como un valor moral digno de emular por todos. ¡BOOM! Créeme que me encantaría que los libros sonaran, para que escucharas la explosión de miles de cráneos y cerebros desparramándose sobre estas páginas.

Y, como si de una aparición mariana se tratara, no solo dan al individualismo un falso valor universal (aunque por definición les importe un pepino todos los posibles “otros”), sino que impregnan su discurso con el buen olor y el regusto dulzón de las mágicas palabras derechos y libertad.

Hablar de derechos, ya sean del individuo, de los animales, de las plantas o de las piedras, siempre suena bien y, en apariencia, es un discurso políticamente correcto que apela a la libertad y a la posibilidad de ser felices o, por lo menos, de vivir mejor. Pero ten mucho cuidado, recuerda cuando hablamos de qué es la libertad en lo que a los animales humanos atañe y los sistemas complejos que formamos.

La libertad es un concepto mucho más estrecho de lo que solemos pensar cuando hablamos desde lo ético y, entre sus necesidades para poder ser, está la asunción de los deberes que como cohabitantes de la misma realidad tenemos que cumplir por obligación moral e incluso legal; solo entonces podremos hacer uso de nuestras posibilidades de libertad. Hay otra forma d entender la libertad y quero explicártela antes de que terminemos de hablar, pero lo dejo para dentro de unas páginas.

Así pues, en la realidad de nuestro mundo, exigir derechos desde el individualismo hace muchísimo ruido; no encaja, porque esos derechos llevan aparejados sus propios deberes; si solo te tienes en cuenta a ti y los demás te importan muy poco, ¿cómo cumplir con esos deberes? ¿Cómo exigir esos derechos? ¿Quién sino lo otros son los garantes de que puedas hacer uso de tu libertad y esos derechos que exiges, sin los cuales el individualismo no es más que una hermosa fachada sin fondo en un mundo habitado por animales políticos?

Derechos y deberes son condiciones inherentes al contrato social que todos formamos para poder vivir juntos. Son complementarias e indisolubles, por lo que quedarte con uno solo de estos aspectos, a tu gusto y conveniencia, rompe la posibilidad de una sana convivencia. Es esa misma convivencia la que pretende garantizarse mediante ese acuerdo que, sin saberlo, todos firmamos al nacer y que cambia de cultura a cultura de la mano de sus diferentes sistemas morales.

¿Crees entonces que es posible vivir bien en un mundo donde la idiotez es considerada por muchos un valor, donde el individualismo ha llegado a plantearse como un sistema moral que, paradójicamente, promueve no hacer caso de normas generales si estas no se avienen a tus necesidades particulares?

Que el gran demiurgo platónico regale algo de seso a aquellos que despotrican desde la sinrazón, porque “lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta”.

Por si lo estabas pensando, este desapego individualista tampoco es la mejor estrategia contra el miedo o el dolor social. No dudo que te pueda librar de él en gran medida por aquellos de “ojos que no ven, corazón que no siente”, pero también te hace insensible a aquellas otras cosas que nos hacen humanos, como la empatía, el amor o la amistad. Piénsalo unos minutos: ¿crees que se puede ser feliz sin algo de lo anterior?

(David Pastor Vico. Ética para desconfiados. Editorial Ariel. Barcelona. 2023)